AL ABRIR
NUEVAMENTE LOS OJOS
se encontró de
pie en mitad de una calle, bajo el caudal de la lluvia, maletín en mano, sin
saber cómo había terminado allí, en qué momento se había mojado tanto, qué lo
había detenido en aquel lugar. Fue un despertar repentino; y al no sentir sabor
amargo alguno en su boca, empezó a caminar, con envidiable naturalidad, sin
fijarse en demasía a dónde lo dirigían sus pasos.
Se detuvo bajo
el techo de un paradero; y quiso tener a alguien cerca para preguntarle dónde
estaban, qué día era, cuándo había empezado a llover. Se limitó a consultar el
reloj, las dos de la tarde y cuarenta y tres minutos, le contestó; y ya con ese
dato, trató de recordar las primeras horas de ese día, sin conseguir siquiera
acordarse de lo que había desayunado.
¿Acaso un rayo
le había destruido la memoria reciente? ¿Había sido secuestrado por una nave
extraterrestre? ¿Estaba viviendo los síntomas de una nueva enfermedad mental
adquirida?
No recuerda
hacia dónde se dirigía.
Entró a una
cafetería, pidió un café doble y revisó el maletín, en busca de algo que le
ayudara a recordar las últimas horas vividas, encontrando en su interior,
permeado por el agua, algunos formularios mojados, un libro de motivación
laboral y un paquete de plegables y carpetas, todos ablandados por la humedad.
De algo se
acordó al ver el libro: le fue entregado por su jefe, en las primeras horas de
la mañana, para que al menos lo hojeara, ya que allí podría encontrar ideas
útiles. También, vino de su memoria el recuerdo de la propuesta hecha por su
jefe aquella misma mañana, poco antes de entregarle el libro: cambiarle horas
de oficina y venta domiciliaria por horas de inducción a nuevos vendedores. Con
aquella propuesta, el jefe había hecho evidente una vez más una de sus
preocupaciones: el bajo rendimiento de los nuevos vendedores contratados, que
lo había convencido de capacitarlos, si deseaba que las ventas no siguieran en
descenso.
Recordó
difusamente que dijo que lo iba a pensar; y que salió de la oficina y del
edificio, a seguir trabajando en lo que sabía hacer: encontrar clientes
dispuestos a invertir su dinero en uno de los seguros que él ofrecía. Hasta
ahí, las cosas están medianamente claras; lo que continúa después de eso parece
no aparecer en su memoria: no recuerda a dónde dirigió sus pasos tras salir a
la calle a trabajar. El siguiente recuerdo que tiene es el de encontrarse bajo
la lluvia, en una calle cualquiera, cual si estuviera esperando a alguien.
Estornudó varias
veces. Pidió otro café doble; y una galleta. Afuera seguía lloviendo; así que,
mientras esto fuera así, permanecería allí, en la cafetería, no sólo tratando
de recordar cómo terminó en aquel lugar sino, sobre todo, qué tiene aún por
hacer antes de que el día termine. Normalmente, no se desocupa nunca antes de
las seis de la tarde; y pese a que, más allá de vender seguros de puerta en
puerta no suele tener más que hacer, tenía la corazonada de que algo importante
había aún pendiente para ese día. Entre más pensaba en eso, más se convencía de
que no era una simple corazonada sino, más bien, la certidumbre de no recordar
un compromiso importante; y entre más se exprimía la memoria tratando de
recordar qué era, más lejos parecía ésta escapársele.
La lluvia empezó
a amainar. Volvió a guardar lo que sacó del maletín; y al hacerlo, descubrió
con cierta vergüenza la presencia de una pequeña sombrilla allí dentro. Lo
había olvidado: esa sombrilla suele estar siempre en un bolsillo auxiliar del
maletín; en no pocas ocasiones le ha evitado mojarse tanto, paraguas cerrado en
mano, terminándose de tomar el segundo café en una cafetería encontrada al
azar.
Pagó y salió,
cubriéndose del rezago de la lluvia con su paraguas más seco que él. Tras caminar
un par de cuadras, encontró una avenida conocida; y reconoció que estaba más
cerca de su casa que de la oficina. Tomó rumbo hacia su casa, al menos para
cambiarse, que si hay algo pendiente, bien sabe que lo llamarán al celular a
recordárselo.
Llegó a su casa
poco después de las cuatro, con la ropa pegada a la piel y el frío hasta los
huesos. Se puso ropa seca, no la piyama; se preparó un café con leche, se sentó
en el sillón ante el televisor y se puso a mirar la pantalla encendida sin
fijarse mucho en las imágenes que por allí pasaban.
Una incómoda
sensación lo ha poseído: se sintió enfermo, pese a no tener ni síntomas de
gripa. Enfermo de una enfermedad seria; o algo así. No recordaba haberse
enlagunado nunca antes a lo largo de toda su vida, sin haber consumido alcohol.
Y temió haber consumido algo sin darse cuenta. Probablemente, alguien lo drogó
para robarlo. Pero él estaba bien y completo; no le hacía falta nada, más que
el recuerdo de las horas previas a encontrarse solo, en mitad de una calle,
bajo la lluvia.
Ya ha recordado
con mayor claridad la propuesta de su jefe. No sabía muy bien por qué justo a
él le hizo dicha propuesta; pero está claro que su jefe quería que él se hiciera
cargo de ofrecer algunas charlas durante el curso de capacitación que se le
dará al puñado de nuevos vendedores, para que entiendan cómo es que se venden
seguros, en particular seguros de vida. Se trataría de hablarles acerca de su
trabajo; y a cambio de ello, el jefe le ofreció un mejor horario de trabajo
mientras dure la inducción; lo que, traducido a hechos, significa que durante
esos días no tendría que salir a la calle a buscar clientes, sino que bastaría
con que fuese a la oficina, diera las charlas y ya.
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