domingo, 26 de enero de 2014

Primera parte, segundo capítulo: Al abrir nuevamente los ojos

AL ABRIR NUEVAMENTE LOS OJOS
se encontró de pie en mitad de una calle, bajo el caudal de la lluvia, maletín en mano, sin saber cómo había terminado allí, en qué momento se había mojado tanto, qué lo había detenido en aquel lugar. Fue un despertar repentino; y al no sentir sabor amargo alguno en su boca, empezó a caminar, con envidiable naturalidad, sin fijarse en demasía a dónde lo dirigían sus pasos.

Se detuvo bajo el techo de un paradero; y quiso tener a alguien cerca para preguntarle dónde estaban, qué día era, cuándo había empezado a llover. Se limitó a consultar el reloj, las dos de la tarde y cuarenta y tres minutos, le contestó; y ya con ese dato, trató de recordar las primeras horas de ese día, sin conseguir siquiera acordarse de lo que había desayunado.

¿Acaso un rayo le había destruido la memoria reciente? ¿Había sido secuestrado por una nave extraterrestre? ¿Estaba viviendo los síntomas de una nueva enfermedad mental adquirida?

No recuerda hacia dónde se dirigía.

Entró a una cafetería, pidió un café doble y revisó el maletín, en busca de algo que le ayudara a recordar las últimas horas vividas, encontrando en su interior, permeado por el agua, algunos formularios mojados, un libro de motivación laboral y un paquete de plegables y carpetas, todos ablandados por la humedad.

De algo se acordó al ver el libro: le fue entregado por su jefe, en las primeras horas de la mañana, para que al menos lo hojeara, ya que allí podría encontrar ideas útiles. También, vino de su memoria el recuerdo de la propuesta hecha por su jefe aquella misma mañana, poco antes de entregarle el libro: cambiarle horas de oficina y venta domiciliaria por horas de inducción a nuevos vendedores. Con aquella propuesta, el jefe había hecho evidente una vez más una de sus preocupaciones: el bajo rendimiento de los nuevos vendedores contratados, que lo había convencido de capacitarlos, si deseaba que las ventas no siguieran en descenso.

Recordó difusamente que dijo que lo iba a pensar; y que salió de la oficina y del edificio, a seguir trabajando en lo que sabía hacer: encontrar clientes dispuestos a invertir su dinero en uno de los seguros que él ofrecía. Hasta ahí, las cosas están medianamente claras; lo que continúa después de eso parece no aparecer en su memoria: no recuerda a dónde dirigió sus pasos tras salir a la calle a trabajar. El siguiente recuerdo que tiene es el de encontrarse bajo la lluvia, en una calle cualquiera, cual si estuviera esperando a alguien.
Estornudó varias veces. Pidió otro café doble; y una galleta. Afuera seguía lloviendo; así que, mientras esto fuera así, permanecería allí, en la cafetería, no sólo tratando de recordar cómo terminó en aquel lugar sino, sobre todo, qué tiene aún por hacer antes de que el día termine. Normalmente, no se desocupa nunca antes de las seis de la tarde; y pese a que, más allá de vender seguros de puerta en puerta no suele tener más que hacer, tenía la corazonada de que algo importante había aún pendiente para ese día. Entre más pensaba en eso, más se convencía de que no era una simple corazonada sino, más bien, la certidumbre de no recordar un compromiso importante; y entre más se exprimía la memoria tratando de recordar qué era, más lejos parecía ésta escapársele.

La lluvia empezó a amainar. Volvió a guardar lo que sacó del maletín; y al hacerlo, descubrió con cierta vergüenza la presencia de una pequeña sombrilla allí dentro. Lo había olvidado: esa sombrilla suele estar siempre en un bolsillo auxiliar del maletín; en no pocas ocasiones le ha evitado mojarse tanto, paraguas cerrado en mano, terminándose de tomar el segundo café en una cafetería encontrada al azar.

Pagó y salió, cubriéndose del rezago de la lluvia con su paraguas más seco que él. Tras caminar un par de cuadras, encontró una avenida conocida; y reconoció que estaba más cerca de su casa que de la oficina. Tomó rumbo hacia su casa, al menos para cambiarse, que si hay algo pendiente, bien sabe que lo llamarán al celular a recordárselo.

Llegó a su casa poco después de las cuatro, con la ropa pegada a la piel y el frío hasta los huesos. Se puso ropa seca, no la piyama; se preparó un café con leche, se sentó en el sillón ante el televisor y se puso a mirar la pantalla encendida sin fijarse mucho en las imágenes que por allí pasaban.

Una incómoda sensación lo ha poseído: se sintió enfermo, pese a no tener ni síntomas de gripa. Enfermo de una enfermedad seria; o algo así. No recordaba haberse enlagunado nunca antes a lo largo de toda su vida, sin haber consumido alcohol. Y temió haber consumido algo sin darse cuenta. Probablemente, alguien lo drogó para robarlo. Pero él estaba bien y completo; no le hacía falta nada, más que el recuerdo de las horas previas a encontrarse solo, en mitad de una calle, bajo la lluvia.

Ya ha recordado con mayor claridad la propuesta de su jefe. No sabía muy bien por qué justo a él le hizo dicha propuesta; pero está claro que su jefe quería que él se hiciera cargo de ofrecer algunas charlas durante el curso de capacitación que se le dará al puñado de nuevos vendedores, para que entiendan cómo es que se venden seguros, en particular seguros de vida. Se trataría de hablarles acerca de su trabajo; y a cambio de ello, el jefe le ofreció un mejor horario de trabajo mientras dure la inducción; lo que, traducido a hechos, significa que durante esos días no tendría que salir a la calle a buscar clientes, sino que bastaría con que fuese a la oficina, diera las charlas y ya.

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