–murmuró
el vendedor al jefe, a lo que éste asintió concesivo.
-
Bueno –retomó–,
se pueden dar cuenta de que estoy tratando de demostrarles algo muy sencillo:
vender seguros no es sólo salir en busca de clientes dispuestos a pagar por
nuestros servicios, sino es también tener la oportunidad de satisfacer una
necesidad de la gente. Ustedes lo escucharon en la charla anterior: el ser
humano tiene cada vez más necesidades; es decir, cada vez necesitamos más
productos y servicios para vivir tranquilos. ¿Y qué más tranquilidad que la que
ofrece un seguro? Puede ser de vida, exequial, contra robo, contra incendio,
contra pérdida o catástrofe. Lo que está claro es que nuestra labor como
vendedores de seguros no consiste solamente en ser profesionales exitosos, sino
también consiste en ofrecer bienes de tranquilidad a la gente, aportando a la
seguridad de la sociedad. En este sentido, y desde esta perspectiva, es mucho
más sencillo notar que ser vendedor de seguros no es sólo una profesión como
cualquier otra, sino que además cuenta con un importante componente social, en
cuanto se complementan, de alguna manera, los servicios que ofrece el gobierno,
por ejemplo en lo que a seguridad se refiere...
-
Así es –lo
interrumpió su jefe, visiblemente emocionado.
El vendedor
sonrió generosamente; luego bebió un sorbo largo de agua y dijo, con el mentón
ligeramente levantado:
-
Podría seguir
hablándoles, pero preferiría ahora saber si alguno de ustedes tiene alguna
pregunta –los observó con confianza y remató–: ¿quién de ustedes ha vendido ya
dos seguros en un solo día? –levantó las cejas, con cierto aire burlón–
¿Ninguno? ¿Ninguno ha sentido esa alegría todavía?
Con haberse
dirigido así a los vendedores nuevos no logró, como quería, hacerlos reaccionar
de alguna manera. Verles las caras, aquellas caras de gesto tan insípido, había
conseguido aburrirlo. Pero, en lugar de responder, el grupo entero de novatos
se retrajo y, cual si no tuvieran lengua, apretaron su boca cerrada, como si
temiesen atreverse a hablar.
Ante este
silencio, el vendedor –desencantado pero triunfante–, continuó:
-
Si el trabajo
que uno hace no le proporciona, al menos de vez en cuando, una alegría, uno se
hastía, se aburre, se cansa. Y hace peor su trabajo, porque lo hace de mala
gana, sin esperar más que un modesto sueldo mensual que no crecerá, hasta tanto
se decida uno a ganarse con méritos un aumento o hasta un ascenso. Lo que
quiero que entiendan no es muy difícil: entre más seguros uno vende, mejor
vive.
Resopló,
fingiendo cierto malhumor, bebió otro sorbo de agua, y concluyó:
-
Hay una cosa que
no entiendo –miró al jefe–: si yo fuera uno de ellos, ya me habría puesto de
pie y me habría ido a vender seguros. Usted sabe: de no ser por esta
capacitación, yo estaría en contacto con los clientes en este mismo momento...
El asomo de
sonrisa del jefe desapareció y en su lugar brotó un ceño fruncido, de enfado,
al sentirse –de alguna manera– reprendido por el vendedor; pero esa cara la
dedicó a los vendedores nuevos, preguntándose si realmente había valido la pena
organizar dicha capacitación.
-
Señores –retomó
el vendedor–, ¿alguno de ustedes podría intentar venderme un seguro?
El tono se había
vuelto más agresivo, al igual que su mirada sobre ellos. Realmente se estaba
empezando a divertir bastante con ese puñado de jóvenes adultos; con sus
rostros y sus gestos, sus miradas, su silencio.
-
Bueno, entonces
–agregó con cierta sorna– permítanme intentarlo a mí. ¿Algún voluntario?
-
Creo que no es
necesario –habló de repente el jefe, tocándole el hombro con su palma abierta.
Sin entender
exactamente por qué el jefe había dicho y hecho eso, guardó silencio. Y este
silencio duró hasta que el jefe retomó la palabra y dijo a buena voz:
-
Necesito que
mañana cada uno de ustedes traiga aprendida la lista de seguros que tiene para
vender; incluyendo costos, planes, descuentos y cobertura. Para mañana
temprano, ¿entendido?
-
Sí, doctor
–musitaron los novatos, algunos de ellos tomando nota.
-
¿A qué horas nos
vemos mañana? –preguntó el jefe al vendedor.
-
Que estén acá
listos a las ocho.
-
Muy bien –habló
el jefe; y luego, dirigiéndose a los novatos, añadió–: esta tarde, desde las
dos y media, va a venir a hablarles uno de los contadores de la empresa, que ha
trabajado largos años en el área de tesorería; y les explicará un poco mejor el
sistema que usa esta compañía para remunerar a sus empleados, a todos los
niveles...
-
¿Alguna
pregunta? –se atrevió a decir el vendedor.
-
Que se la hagan
mañana –y con un gesto le pidió que recordara ya qué hora era. Y con otro, a
los novatos, les indicó que ya podían salir.
El vendedor y su
jefe esperaron sentados a que hasta el último del público saliera. Ya a solas,
fue el jefe quien habló:
-
De haber
sabido... Me gustó mucho su charla...
-
Trabajo
persuadiendo gente –respondió, encogiéndose de hombros, simulando cierto gesto
de humildad.
-
Lo invito a
almorzar, ¿qué le parece?
-
Me parece...
increíble –le contestó, siguiéndole de algún modo la corriente, sin dejar de
extrañarle el tono de calurosa confianza de su jefe hacia él.
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