rumbo a un
restaurante cercano. Desde que se pusieron en marcha, el jefe le fue contando
algunas cosas sobre la empresa, con gran soltura, evidenciando su confianza
hacia él. Dentro de lo que le dijo, en particular sobre los nuevos vendedores,
le contó que había hecho algunas cuentas –con ayuda del tesorero– y había
descubierto que salía más costoso para la empresa echar a los vendedores
nuevos, que enseñarles a hacer mejor su trabajo. Además, agregó, había
conseguido una persona experta en mejoramiento productivo empresarial, que se
estaba encargando personalmente de modernizar algunos aspectos de la compañía,
con el fin de hacerla más eficiente, rentable y competitiva.
El vendedor se
limitó a escucharlo pacientemente, interviniendo muy poco, sin ponerle
demasiada atención, pero reconociendo que lo que estaba ocurriendo no era para
nada habitual: ésa era la primera vez que el jefe lo invitaba a almorzar; y una
de las primeras en las que parecía estar contando confidencias acerca de la
situación presente de la aseguradora.
Entraron a un
restaurante más elegante y caro de lo habitual para el vendedor; pidieron el
plato del día (Entrada: Crema de apio o Fruta; Plato: Pechuga a la plancha con
salsa de champiñones, papas al vapor, arroz con perejil y ensalada de verduras
fría. Bebida: Jugo de fresa o Gaseosa. Postre: Guayaba con Chantillí o Helado
de la temporada) y, sin esperar a que siquiera llegara la entrada, el jefe arrancó
otra vez a hablar y hablar, dando toda la apariencia de estar más interesado en
escucharse que en saberse escuchado. Lucía desahogándose, intentando tal vez
consolidar su convencimiento, su certeza de no estar equivocándose al darle una
solución a la situación por la que la empresa –que sentía tan propia– estaba atravesando.
-
Es claro –dijo
varias veces– que la venta de seguros puede seguir creciendo, al ritmo de la
población o incluso más. Pero hay que entender también que la población
necesita nuevas formas de asegurarse. Usted lo ha visto: prefieren portar armas
o escoltas, en lugar de comprar un seguro de algún tipo. Así que nuestra competencia
ya no son solamente las demás compañías aseguradoras; ahora hay que incluir en
esa lista a todas aquellas empresas que ofrecen seguridad: desde las de
vigilancia privada hasta las de armas, pasando por supuesto por las de
seguridad social. Si usted se pone a hacer esa cuenta, notará de inmediato su
alto número; y por más que crezca la población, eso no asegura que crezca
también nuestro número de clientes habituales. Hay que desarrollar estrategias
capaces de captar un mayor número de
clientes, ofreciendo un número cada vez mayor de servicios...
Escuchando a
medias lo que su jefe peroraba, pensó mientras masticaba en lo ocurrido el día
anterior; intentó recordar qué había almorzado. No encontró nada; ni una imagen
ni un sonido ni un olor. Nada; tal vez, podía ser que ni siquiera hubiera
almorzado. Podía ser cualquier cosa; lo que estaba claro era que nadie en su
memoria daba razón de lo ocurrido a lo largo de esas horas olvidadas del día
anterior.
De repente,
escuchó que el jefe decía algo relacionado con el futuro de los vendedores de
seguros. Inicialmente, afirmó que la empresa, para cambiar, debía cambiar al
igual que la forma de vender; en otras palabras: que el oficio de vender
seguros debía adaptarse a las nuevas condiciones del mercado; y esto hacía que
la empresa tuviera que redefinir la forma de trabajar de sus vendedores.
-
Hacer una
capacitación a los nuevos vendedores es parte de la estrategia que he decidido
poner en práctica, con el fin de adaptarnos a las exigencias de estos tiempos...
Todas las ideas
que escuchaba de su jefe encajaban entre sí, llegando incluso a sonar
atractivas y coherentes. Lo único que no encajaba para el vendedor era el
emisor de dichas ideas. Entre más lo escuchaba, más le sorprendía el hecho de
que su jefe –aquel hombre testarudo a quien conocía de algunos años atrás–
estuviera hablando de aceptar, de alguna manera, probar nuevas estrategias,
diferentes a las defendidas durante tanto tiempo. De todas formas, era evidente
que algo en el jefe había cambiado, como si hubiera recibido un golpe en el
cráneo, hubiera sufrido un horrible susto o algo por el estilo. Probablemente,
en ese cambio tenía que ver la mujer que había dado la charla inaugural y sobre
la cual el jefe no había dicho, dentro de todo lo que dijo, prácticamente nada.
Hasta que el vendedor, ya terminado el almuerzo, se animó a preguntarle dónde
la había conocido; y, sin ruborizarse, contestó que aquella mujer era sobrina
suya, además de ser una increíble profesional; y que había empezado a considerar
seriamente la idea de convertirla en su asesora directa; pero primero debía
ella ser capaz de coordinar exitosamente la capacitación y presentar resultados
favorables para la empresa.
Habló el jefe de
ella con el tono de quien se asume mentor, modelo a seguir, segundo padre; y
bastó con distinguir ese tono para convencerse de que el jefe no vería con
buenos ojos que él se acercara a su sobrina.
Fue breve
hablando de ella; el jefe retomó un tema antes tratado: el vendedor de seguros
debía adaptarse a las nuevas exigencias del mercado; debía hacerse más
competitivo y versátil, capaz de descubrir y explotar nuevos nichos, vetas de
clientes necesitados de seguridad. Sólo así podría sobrevivir en ese mercado
cada vez más hostil.
A lo largo del
camino de regreso a la oficina, ambos permanecieron en silencio; y el vendedor
estuvo tentado a abrir la boca y a contarle a su jefe del extraño fenómeno que
había vivido (y olvidado) el día anterior; pero mantuvo su silencio, para
evitar preguntas que no sabría cómo responder.
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