sábado, 26 de abril de 2014

Primera parte, décimo sexto capítulo: SIN PROPONÉRSELO

sin dejar de caminar por aquellas calles, en su mayoría ya muchas veces vistas, la imagen y el recuerdo de su difunta madre apareció, con fuerza e intensidad inusitada, dentro de él. Había sido precisamente con su muerte como él había terminado de entender la utilidad del seguro de vida. ¡Si tan solo lo hubiera entendido antes! No habría evitado la muerte de su madre, pero habría podido darle a esa pérdida algo de beneficioso e, incluso, de alentador. Porque su madre murió y no fue sino hasta ver su cadáver que a él se le ocurrió la idea de venderle un seguro. De haberlo hecho, quedando él como principal beneficiario, probablemente otra sería su vida; o, tal vez, su vida sería la misma, pero se habría evitado más de una penuria pasada a causa de ese entierro.

-         Eso deberían enseñarlo en la escuela –se dijo en voz alta, molesto porque no fuera así. Si tan solo en el colegio le hubiesen enseñado que la muerte de una persona cercana no tenía por qué ser, solamente, fuente de tristezas, dolores y culpa, pudiendo ser también motivo casi de alegría, al dejar la muerte tras su paso algo útil a aquellos seres queridos que aún vivían.


Se detuvo. Miró su reloj y al ver la hora su estómago crujió, recordándole el hambre que debía tener. 

viernes, 18 de abril de 2014

Primera Parte, décimo quinto capítulo: HASTA ESTE PUNTO

me he concentrado en destacar las dificultades propias del oficio de vendedor domiciliario; y podría continuar mencionando, por ejemplo, el creciente número de competidores que hay, el desánimo o lo difícil que puede ser aprender a persuadir clientes ofensivos o escépticos. Sin embargo, creo que es justo y necesario mencionar también algunas de las ventajas que ofrece.

Sin ir más lejos, creo que una de las mayores ventajas, en comparación con otros empleos, radica en los horarios. Un empleado, por ejemplo, de un banco, sabe que todos sus días son iguales; uno detrás del otro pasarán los días, cargados de rutina, con lo que se sabe que eso tiene de perjudicial para la salud. Además, siempre están recibiendo dinero ajeno, poniendo sellos y dando recibos, sin tiempo alguno para detenerse a hablar con algún cliente, ya que siempre hay una fila de gente esperando a ser atendida, incapaz de entender que uno también se puede aburrir.

Hablo desde la experiencia. Hace muchos años, antes de dedicarme a la venta domiciliaria de seguros, trabajé algunos meses como cajero en un banco. Era insoportable; no sólo porque había que estar todo el tiempo tratando de ser amable con todo el mundo sino, sobre todo, porque todo era siempre igual, nada cambiaba con el pasar de los días. Y, para completar, en el fondo, daba lo mismo hacer el trabajo de buena o de mala gana, ya que al cliente de un banco le interesa poco si uno está de buen o mal humor.

Muy diferente es la rutina del vendedor domiciliario. Es obvio que habrá días aburridos; pero, de todas formas, cada día será siempre nuevo. ¡Uno está en movimiento y no encerrado en un cubículo atendiendo una inacabable fila de clientes impacientes!

Respiró.


Otra gran ventaja de la venta domiciliaria ya la sugerí en la charla anterior: uno tiene la oportunidad de conocer otra gente, mucha de la cual puede convertirse en gente amiga, gente útil. Recuerdo en este momento, por ejemplo, el caso de un compañero que deseaba divorciarse; y tuvo la suerte de contar entre sus clientes con un afamado abogado especialista en esos temas, que lo asesoró casi gratuitamente.

sábado, 12 de abril de 2014

Primera parte, décimo cuarto capítulo: LA MAYOR DIFICULTAD

para un vendedor domiciliario principiante –comenzó su segunda charla– radica en el miedo al ridículo, al fracaso. Incluso, puede decirse que no se deja de ser principiante hasta tanto no se venza ese miedo, esa vergüenza que no permite hacer bien el trabajo de vender seguros. Y debo decir que ayer, durante mi primera charla, me di cuenta que a ustedes todavía les da vergüenza hacer su trabajo de vendedores. Les da miedo. Miedo de que los traten con desprecio, miedo a que los rechacen; miedo a sentirse burlados, ignorados, maltratados. Temen recibir alguna frase ofensiva o algún gesto de muy mala educación…

Vender seguros domiciliariamente se parece, en algunas ocasiones, a vender periódicos en la calle. Ustedes han visto, en las aceras, los semáforos, los centros comerciales, cómo hay personas que ofrecen el periódico del día en curso, sin avergonzarse. Incluso, si uno alguna vez ve a un vendedor de prensa encerrado en su casa con los periódicos, lleno de miedo a salir y venderlos, uno bien puede creer que una persona como ésas está enferma, o es simplemente idiota. Porque, ¿para qué se metió entonces en el negocio de venta de diarios, si teme encontrarse con personas que ni siquiera determinarán su presencia? Es igual cuando uno vende seguros: uno sale a buscar gente interesada en adquirir un seguro, una garantía de seguridad; y así como hay gente a la que no le interesa comprar prensa alguna, también hay gente convencida de no necesitar ningún tipo de seguro… y hay otros que sí.

Bebió un sorbo de agua.

La primera labor del vendedor de seguros es hacer que aumente el número de personas que sepan que esta aseguradora existe y que, de paso, se enteren de los servicios que ofrecemos a nuestros clientes. En la charla de ayer dije que es imprescindible tener presente toda la información posible sobre los seguros que uno vende. Es natural: imaginen a un vendedor de revistas que no sepa nada acerca de las revistas que vende. Tendrá que tener mucha suerte, o un buen ayudante, para poder vender algo.

La segunda gran labor de un vendedor de seguros es hacerse recordar. Hacerse recordar como representante de la aseguradora y no como persona. ¡Qué más da que olviden cómo se llama uno! Lo importante es que la gente recuerde el nombre de la empresa y sepa cómo ponerse en contacto con la misma a través de uno. En este sentido, es imprescindible invertir algo de dinero mandando a hacer algunas tarjeticas de presentación, en las que se resuma la información más importante y los datos de contacto; y dársela a cuanta persona tenga uno la oportunidad de conocer.

Suspiro.

Uno, como vendedor, también se tiene que hacer publicidad. Esta aseguradora gasta buena cantidad de dinero en comerciales, pancartas y volantes informativos; pero esa  publicidad es insuficiente si uno no le brinda a la gente la oportunidad de conocer personalmente los servicios que ofrece la aseguradora a través de uno, como su representante.

Me atrevo a decir, incluso, que es después del contacto con un vendedor de carne y hueso que la gente percibe mejor el mensaje de la publicidad en la que invierte esta empresa. Y ocurre con frecuencia que, tiempo después de haberlos visitado, los clientes llaman, por interés propio, habiendo entendido cómo funciona esto. A veces simplemente desean una asesoría; a veces desean más, más que sólo conocer lo que ofrecemos; y adquieren un seguro finalmente.

Breve pausa. Observa las hojas manuscritas que se animó a traer consigo.

No sé cuántos de ustedes tendrán ya clientes a los que les hayan vendido más de dos seguros. Ese tipo de clientes hay que cuidarlos muy bien, no sólo por gratitud, sino también porque, mientras estén satisfechos con el servicio de la empresa, hablarán bien de la misma ante sus amigos, conocidos y familiares…

¿Cómo se cuida un buen cliente? Es muy sencillo: manteniéndolo informado, haciéndole saber que es alguien para nuestra empresa, alguien con nombre y apellido, y no un simple número de expediente. También es importante tenerlo actualizado de las ofertas que hay en el momento o de los nuevos planes de aseguramiento que puede adquirir a través nuestro.

Lo que se busca con eso es permitir que haya otras personas que nos ayuden con nuestro trabajo. Me explico, nuevamente: cliente satisfecho vale por dos o por tres o por muchos más, porque hará eco de su satisfacción ante otras personas, entre las cuales pueda que haya más de una interesada en adquirir algún tipo de seguro, y no sabía ni dónde ni cómo. Ésa es otra cosa importante que uno no debe olvidar: la gente en general no sabe mayor cosa acerca de la cantidad de posibilidades de aseguramiento que puede ofrecerle una aseguradora como ésta. Lo que pasa es que a nadie le agrada aceptar que no sabe algo; por lo cual, muchas personas que uno encuentra en la venta domiciliaria se creen que ya lo saben todo sobre seguros y desprecian la asesoría que uno habría podido darles gratuitamente. Con ese tipo de gente lo que suelo hacer es no insistir demasiado y simplemente dejarles mi tarjeta, con la esperanza de que se la muestren a alguien antes de arrojarla a la basura…


De repente, uno de los vendedores novatos que atendía la charla, levantó la mano. Hubo un corto silencio, en el que el vendedor de seguros de vida, con un gesto, cedió la palabra a quien la estaba pidiendo.

-         ¿No sería mejor –habló el novato–, a ese tipo de gente, no entregarles la tarjeta, en vista de que la van a terminar botando a la basura?
-         Eso era lo que yo creía al comienzo –respondió–, porque pensaba que estaba desperdiciando mis tarjetas con esa gente; pero luego, por cosas que fui aprendiendo, entendí que el objetivo, como ya dije antes, es hacerse recordar. Y la tarjeta sirve para eso, así la tiren a la basura; no se acordarán de quién les entregó la tarjeta, pero se acordarán de haberla recibido, de buena o mala gana. Hay gente que parece odiar a los vendedores domiciliarios de seguros. Pero por más que nos odien, eso no significa que no vayan a necesitar, algún día, de nuestra asesoría y de los servicios que la empresa les ofrece, ¿entendido?


La sala permaneció en completo silencio durante unos cuantos segundos. Un silencio demasiado evidente, quizás demasiado respetuoso, pensó para sí el vendedor de seguros de vida. Un silencio que lo obligaba a retomar la palabra, mantener el nivel, no permitir que el hechizo se agrietara siquiera; así que bebió un sorbo largo de agua, repasó con la mirada las hojas que lo acompañaban y se dispuso a continuar.

viernes, 4 de abril de 2014

Primera Parte, décimo tercer capítulo: QUIZÁ NADA DE ESTO TIENE SENTIDO

se dijo al ver lo escrito en la hoja, convencido de repente de que gastar tiempo preparando esa segunda charla era una verdadera estupidez. ¿De qué podía servir si lo más probable era que improvisando le saliera la charla igual o hasta mejor que habiéndola preparado? Además, se decía, era sencillamente imposible que la sobrina del jefe se apareciera de mañana a escucharlo hablar, como si no tuviera asuntos más importantes que atender.
No podía negar que la relación de él con su jefe, en muy poco tiempo, había mejorado notablemente; pero eso no significaba más que sólo eso: el jefe estaba volviendo a confiar en él y eso no implicaba, en ningún momento, ni un ascenso ni un aumento ni, mucho menos, la posibilidad de dejar de ser visto como un vendedor más, un simple vendedor más, que se gana la vida persuadiendo gente.

Clavó su atención nuevamente sobre la pantalla encendida. Era la mejor y más cercana opción para no pensar en si tenía o no sentido aquello que se había propuesto decir en su charla del día siguiente. Sin embargo, no regresó a su cómodo sillón; se quedó viendo las imágenes desde lejos, sin el control remoto a su alcance, sin fijarse mucho en la telenovela que transmitían a esa hora, concentrado en el recuerdo de aquellos rostros de vendedores novatos, presumiendo atenderlo, cuando se notaba a leguas que, de no ser porque estaba allí el jefe, no habría habido en la sala más público que las paredes, las mesas y las sillas vacías.