viernes, 18 de abril de 2014

Primera Parte, décimo quinto capítulo: HASTA ESTE PUNTO

me he concentrado en destacar las dificultades propias del oficio de vendedor domiciliario; y podría continuar mencionando, por ejemplo, el creciente número de competidores que hay, el desánimo o lo difícil que puede ser aprender a persuadir clientes ofensivos o escépticos. Sin embargo, creo que es justo y necesario mencionar también algunas de las ventajas que ofrece.

Sin ir más lejos, creo que una de las mayores ventajas, en comparación con otros empleos, radica en los horarios. Un empleado, por ejemplo, de un banco, sabe que todos sus días son iguales; uno detrás del otro pasarán los días, cargados de rutina, con lo que se sabe que eso tiene de perjudicial para la salud. Además, siempre están recibiendo dinero ajeno, poniendo sellos y dando recibos, sin tiempo alguno para detenerse a hablar con algún cliente, ya que siempre hay una fila de gente esperando a ser atendida, incapaz de entender que uno también se puede aburrir.

Hablo desde la experiencia. Hace muchos años, antes de dedicarme a la venta domiciliaria de seguros, trabajé algunos meses como cajero en un banco. Era insoportable; no sólo porque había que estar todo el tiempo tratando de ser amable con todo el mundo sino, sobre todo, porque todo era siempre igual, nada cambiaba con el pasar de los días. Y, para completar, en el fondo, daba lo mismo hacer el trabajo de buena o de mala gana, ya que al cliente de un banco le interesa poco si uno está de buen o mal humor.

Muy diferente es la rutina del vendedor domiciliario. Es obvio que habrá días aburridos; pero, de todas formas, cada día será siempre nuevo. ¡Uno está en movimiento y no encerrado en un cubículo atendiendo una inacabable fila de clientes impacientes!

Respiró.


Otra gran ventaja de la venta domiciliaria ya la sugerí en la charla anterior: uno tiene la oportunidad de conocer otra gente, mucha de la cual puede convertirse en gente amiga, gente útil. Recuerdo en este momento, por ejemplo, el caso de un compañero que deseaba divorciarse; y tuvo la suerte de contar entre sus clientes con un afamado abogado especialista en esos temas, que lo asesoró casi gratuitamente.

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