domingo, 16 de marzo de 2014

Primera parte, décimo capítulo: Eran casi las cuatro de la tarde

cuando súbitamente despertó. Tardó un par de segundos en reconocer el lugar en el que estaba, para después bostezar y desperezarse sin hacer ruido. Miró su reloj, notando que había dormido más de lo que tenía planeado. Decidió irse de vuelta a su casa, donde podría descansar más cómodamente.
Pasó primero por el baño, antes de encaminar sus pasos hacia el ascensor. Salió de prisa, logrando evitar a su jefe; y una vez afuera, caminó hasta una avenida cercana y tomó el bus de costumbre rumbo a casa.
La tarde estaba gris, amenazante de lluvia. Pero no llovió, por lo menos mientras el vendedor recorrió el camino hasta su casa, pensando –entre otras cosas– en la sobrina de su jefe que, de no ser por lo antipática, sería una mujer realmente encantadora. Probablemente la vería al día siguiente, pensó; era seguro, de todas formas, que la volvería a ver, al menos en la oficina; y tal vez, con el paso de los días, su antipatía podría dar paso a una actitud más amigable, menos prepotente; quizás, podría bastar con demostrarle que él no era el don nadie que ella creía ver en él.
Llegó a la casa con la firme intención de preparar la charla que debía dar al día siguiente. La de ese día había salido mucho mejor de lo esperado; pero había tenido suerte, pura suerte de principiante. Además, tenía el ligero presentimiento de que la sobrina del jefe estaría presente en su charla. Sin embargo, una vez en casa, una fatiga profunda se hizo sentir en su interior, recordándole la siesta truncada en la oficina del archivo. Decidió prepararse un buen café con leche, ver un rato de televisión e ir pensando en el tema sobre el que versaría su siguiente charla.
No se fijó mucho en la pantalla ni definió el tema que trataría; mientras tomó su café, recordó con orgullo y satisfacción algunos de los momentos estelares de su primera charla, esa misma mañana. ¡Había conseguido imponerse frente al público ganándose algo parecido a la admiración por parte de su jefe! El vendedor de seguros de vida llevaba ya muchos años sin sentir el orgulloso placer del deber bien cumplido. Desde el ascenso que le dieron cuando echaron a Patiño, no sentía una alegría similar, aunque en esta ocasión no había sido necesaria la desgracia ajena para enaltecer sus méritos propios. Había hablado sobre lo que sabía hacer; y hablando, simplemente hablando, había demostrado su experiencia en el campo de las ventas y la persuasión.

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