durante la casi hora y media que durmió encerrado en la oficina del
archivo. Pero el Patiño con el que soñó no era más ese personaje de naturaleza
viscosa y risita de chacal; por el contrario, aquel Luis Alfonso Patiño
(¡recordó su nombre!) era un hombre gentil, de buenas maneras, servicial y
amable, que se dirigía al vendedor de seguros de vida llamándolo doctor,
mirándolo con ojos de profunda mansedumbre, como de bestia largamente
domesticada.
En el sueño, el vendedor y Patiño caminaban por calles interminables; uno
al lado del otro, Patiño hablando todo el tiempo, buscando sin cesar la
atención del vendedor, que caminaba mirando al frente, con aire digno, de
persona importante, llevando como lastre a un Patiño escudero, empequeñecido y
encantador. En ese mismo sueño, el vendedor llevaba su acostumbrado maletín y
su corbata era muy larga, como una lengua pálida, que le llegaba casi hasta las
rodillas.
La voz de Patiño era de una dulzura inexistente en la realidad. Su
presencia, mansa y servicial, despertaba incluso un poco de ternura. Pero esto
no detuvo el paso apretado del vendedor que debía llegar pronto a un lugar
determinado. Este lugar era la puerta de un edificio; pero no era el edificio
de la aseguradora, sino uno rechoncho, de reducidos apartamentos, visiblemente
envejecido. En ese punto, ambos hombres se detuvieron y Patiño, con cortesía
excesiva, ofreció disculpas por no poder seguir acompañando por más tiempo al doctor. Arguyó que debía irse, que tenía
que atender otros asuntos –más urgentes que importantes–; confesó,
con tonito pueril, que a ese edificio no se atrevía a entrar, porque el doctor debía entrar solo, porque él ya
había perdido el derecho a entrar. Finalmente, se despidió; y se alejó,
empequeñeciendo a cada pequeño paso, hasta desaparecer.
El interior del edificio estaba sumergido en una profunda oscuridad.
Adentro hacía frío, como si fuera una caverna. Sin embargo, el vendedor empezó
a caminar, con paciencia, sin tener idea de lo que podría estar rodeándolo; con
prudencia, para evitar tropezar. Contrario a lo que se podría esperar, el piso
de aquel interior iba en descenso, como túnel de mina; y el sonido que alcanzaba a llegar de la
calle, lentamente era absorbido por el silencio que parecía brotar del fondo de
aquel espacio oscuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
CoOmenta, crítica, sugiere: