viernes, 7 de marzo de 2014

Primera parte, noveno capítulo: SOÑÓ CON PATIÑO

durante la casi hora y media que durmió encerrado en la oficina del archivo. Pero el Patiño con el que soñó no era más ese personaje de naturaleza viscosa y risita de chacal; por el contrario, aquel Luis Alfonso Patiño (¡recordó su nombre!) era un hombre gentil, de buenas maneras, servicial y amable, que se dirigía al vendedor de seguros de vida llamándolo doctor, mirándolo con ojos de profunda mansedumbre, como de bestia largamente domesticada.

En el sueño, el vendedor y Patiño caminaban por calles interminables; uno al lado del otro, Patiño hablando todo el tiempo, buscando sin cesar la atención del vendedor, que caminaba mirando al frente, con aire digno, de persona importante, llevando como lastre a un Patiño escudero, empequeñecido y encantador. En ese mismo sueño, el vendedor llevaba su acostumbrado maletín y su corbata era muy larga, como una lengua pálida, que le llegaba casi hasta las rodillas.

La voz de Patiño era de una dulzura inexistente en la realidad. Su presencia, mansa y servicial, despertaba incluso un poco de ternura. Pero esto no detuvo el paso apretado del vendedor que debía llegar pronto a un lugar determinado. Este lugar era la puerta de un edificio; pero no era el edificio de la aseguradora, sino uno rechoncho, de reducidos apartamentos, visiblemente envejecido. En ese punto, ambos hombres se detuvieron y Patiño, con cortesía excesiva, ofreció disculpas por no poder seguir acompañando por más tiempo al doctor. Arguyó que debía irse, que tenía que atender otros asuntos –más urgentes que importantes–; confesó, con tonito pueril, que a ese edificio no se atrevía a entrar, porque el doctor debía entrar solo, porque él ya había perdido el derecho a entrar. Finalmente, se despidió; y se alejó, empequeñeciendo a cada pequeño paso, hasta desaparecer.


El interior del edificio estaba sumergido en una profunda oscuridad. Adentro hacía frío, como si fuera una caverna. Sin embargo, el vendedor empezó a caminar, con paciencia, sin tener idea de lo que podría estar rodeándolo; con prudencia, para evitar tropezar. Contrario a lo que se podría esperar, el piso de aquel interior iba en descenso, como túnel de mina;  y el sonido que alcanzaba a llegar de la calle, lentamente era absorbido por el silencio que parecía brotar del fondo de aquel espacio oscuro. 

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